lunes, 25 de octubre de 2010

7

A su alrededor persistía aquel olor a muerte, a podredumbre, a metal... Pero aún todas estas cosas desagradables los excitaban a ambos.

Una mano en su cara...

Se acercaban lentamente el uno al otro, aspirando todos aquellos vapores fatales sin prestarles atención ni tan siquiera recordarlos.

Unos labios en su cuello...

Su pieles rozándose, deseosas de probarse mutuamente, aumentaban la tensión entre los dos.

-Ya basta, Igrin.

-No es justo, Arti. ¿Es que no vas a hacerme caso nunca?

-Eso es un premio para mis musas; tú no entras en esa categoría.

-¿Y no preferirías pasar un buen rato? ¿Entrar en calor?

-Ya estoy pasando un buen rato y me basto yo sola para quitarme el frío.

-Sí, claro.

El semibestia bufó con hastío mientras la prostituta seguía con su trabajo: escribir su novela. Era su tercer día juntos y aproximadamente el vigésimo intento de Igrin de tener sexo con ella, siempre con el mismo final.

-¿Se puede saber a qué viene tanta fijación conmigo? -Indagó Arti por tercera vez en esos días.

-¿Qué más da? -El tuerto se encogió de hombros y comenzó a bajar la escalera de mano.- Hay ganas.

Arti suspiró y se dispuso a seguir con su escrito. Igrin, desde el patio, pudo sentirlo.

Desde aquel incidente tres días atrás no había podido sacarse de la cabeza lo que había visto, lo extraño que le había parecido. Era... era... insensato, inexplicable, anormal, atípico. Y él era demasiado curioso, una cualidad que rara vez podía satisfacer. Pero no se iba a rendir, su orgullo y su obstinación naturales se lo impedían.

En el cielo lucía un sol tenue. En aquel lugar los inviernos eran suaves y agradables.

-¿Igrin? -Arti lo llamaba.- ¿Te importa matar una de las gallinas y desplumarla? La de las plumas blancas.

Apretó los dientes mientras entraba a por un cuchillo. Era tan... deprimente; no poder seguir sus instintos... Degolló a la gallina sin preocuparse por las manchas de sangre y reprimió el impulso de lamer la mano manchada.

-¿Qué quieres hacer con ella?

-Caldo. Y la carne hay que hervirla. Aunque sea dura, igual se puede comer.

-Vale.

Ella no se movía de donde estaba para hablarle, darle órdenes. En eso le recordaba un poco a ella. Y a ella la deseaba. Y la relación lo hacía desear aún más a Arti.

Se tapó la cara y cogió un cubo: tendría que ir al pozo a por agua.

En un movimiento reflejo, en el último segundo, se giró y cogió de la pechera a la figura que se lanzó sobre él, listo para golpearla con la otra mano.

-Ay. Joder, como suena el cubo.

-Lo solté sin darme cuenta.

-Eres un salvaje.

-Vale. ¿Y qué quieres, niñata suicida?

-¿Tanto amor y luego me insultas?

-He preguntado.

Arti sonrió, con los pies colgando en el aire. El cubo ya había parado de rodar por el suelo, y el único ojo de Igrin la observaba un tanto molesto, a la vez que inquisitivo.

-Me lo he estado pensando... Y voy a darte una oportunidad. Eres el único hombre al que he visto de día, así que quizá por eso no me atraigas como otros, pero todos nos merecemos alguna oportunidad, aunque sea dando inspiración a una artista.

-A una puta que escribe sobre sexo.

-Mira que eres burdo y vulgar. -Igrin la dejó en el suelo y Arti sacudió su ropa.- ¿No ibas a por agua? Venga, recoge ese cubo y nos vamos.

domingo, 17 de octubre de 2010

6

A toda prisa. Corriendo como si le fuera la vida en ello. Iba realmente rápido.

Estaba oscuro, silencioso. En una ciudad portuaria el mar hacía que el cielo se viera especialmente bonito por la noche. Normalmente le hubiera encantado pararse a mirarlo, pero ya había perdido bastante tiempo el resto del día como para perder la calma que la oscuridad otorgaba. De todos modos se la tenía jurada al impertinente gairako y a todos los de su especie, los "puros". Nada más que estupideces.

Vio una zona de casas, con un pequeño huerto como jardín trasero algunas de ellas. Eran pequeñas, habitadas por una o dos personas todas ellas, tres a lo sumo. Eligió una al azar y entró por la puerta de atrás, la del criadero.

A su derecha había un montón de paja apilado con unas mantas encima (¿una cama?), a la izquierda un rincón de tierra con una cocina de piedra, con sus leños apilados en el hueco y su chimenea sucia. Al fondo veía la puerta de entrada y un ventanuco, aparte de algunos sacos amontonados en la esquina (sillones o provisiones). Todo estaba sumido en penumbra.

Cerró la puerta y comenzó a pasearse por la estancia, en silencio. Daba algunos golpes a las tablas de madera de cuando en cuando intentando encontrar un hueco para ocultarse antes de que el anfitrión llegara, pero no había suerte.

Malditas lunas.

-E... U... Mi...

Voces, lejanas y no muy claras, pero voces al fin y al cabo. Las oía acercarse, una femenina y otra masculina. ¡Poco tiempo!, eso quería decir. Oteó el techo, desesperado, y encontró su salvación: una escalera a una buhardilla bien camuflada.

Cuando la puerta se abrió él estaba contemplando el escritorio de madera que había en la parte de arriba, con algunos pergaminos extendidos, otros enrollados, y algunos botes de tinta con sus plumas. Pero las risas llamaron más su atención.

-Estás loca, Arti.

-No estoy loca, cielo. Soy una artista y necesito inspiración.

-Más bien eres una puta y necesitas dinero.

-También. Pero también me gusta el placer.

La curiosidad lo invadió. Había una voz femenina y otra masculina que entraban, pero, ¿cómo asomarse sin ser visto? Entonces fue cuando se fijó en que, perpendicular al pilar maestro de la casa, había una viga que la sostenía de lado a lado y a la que podría saltar sin problema. El hecho de que no pudiera soportar su peso no era una preocupación, ni siquiera se lo planteaba. Se trasladó con movimientos fluidos, sin hacer ruido, y se acomodó como un felino sobre la viga.

Lo único que vio del tipo fue que tenía una corta cabellera morena, pues cuando miró ya estaba sobre la mujer, besándola apasionadamente. Ella agitaba sus dorados cabellos y movía las manos, desvistiéndolos a ambos. En poco tiempo estuvieron tendidos en el camastro de paja, disfrutándose el uno al otro.

La curiosidad aumentaba al verlos, a la par que el desconcierto. No entendía esos movimientos suaves, las caricias, los susurros cariñosos a la vez que pasionales. No entendía por qué esos dos eran tan amables mientras yacían juntos. Eso era algo que él jamás había hecho.

Se quedó toda la noche observando como espectador oculto, fascinado.

Aún no amanecía cuando el hombre se vistió, dejando a la pobre adormilada en la cama, tirando un par de monedas a su lado. Igrin también estaba somnoliento ya, así que cerró un momento los ojos mientras se estiraba cuidadosamente para no caerse. Cuando los volvió a abrir había luz, y alguien gritaba de forma estridente, a todo pulmón:

-¡LADRÓN!

domingo, 10 de octubre de 2010

5

En el centro del cubil había un poste de madera al que los marineros encadenaron a Igrin. Así lo encontró Baryl, tendido en el suelo, con la cabeza gacha y las piernas estiradas.

Cerró la puerta y se sentó en una esquina, apartado. Esperó a que comenzara a hablar.

-¿En cuánto rato llegamos? –Dijo al fin UnOjo.

-Aún faltan algunas horas, aunque no muchas. –Respondió MedioPie.

Silencio.

-¿A qué has venido?

-Quería saber.

-Recuerda nuestra apuesta. Hay cosas que no puedes preguntar.

-Pues ya me dirás tú. Seguro que son una mínima parte de lo que quiero saber...

-Deja de perder el tiempo y habla.

-¿Qué le pasó al viejo?

-Gairako.

Se hizo otro silencio, más corto que el anterior. Igrin se humedeció los labios para hablar.

-El gairako no es un simple demonio de agua, es un ippai. Tiene más facilidad para fundirse con quien lo llama que con ninguna otra cosa, y descontrola lo que posee. Como el agua.

-¿Quieres decir que Meuts lo atrajo? –Indagó Baryl asombrado.

-Inconscientemente. Odia a tu hermana y a tu sobrina, es supersticioso. Quizá, en el fondo, deseaba que pasara algo en el barco que provocara su muerte. Eso atrajo al gairako.

-¿Entonces es a ellas a las que llamó “nagas”? –Igrin asintió.

-Una forma corta de decirles “monstruos manipuladores y traicioneros”.

-Pero sigo sin entender... El gairako es un demonio... quiero decir, es un espíritu del agua. ¿No necesitaba volver?

-Sí, lo necesitaba. Cuando las matara se tiraría al agua para sobrevivir, matando a Meuts en el proceso. Y, a todo esto, ¿cómo está?

-Recuperándose. Mi hermana se encarga de las heridas...

-...que le hice, sí.

-¿Por qué, Igrin? Sabías que iba a pasar eso, pero no se lo dijiste a nadie. Y luego casi lo mataste. Y eres... Eres un monstruo, no eres humano. ¿Qué coño eres en realidad?

-Pregunta equivocada. Inténtalo de nuevo.

-¿Qué es eso que te llamó? “Éter”, o algo así.

-Tienes otra oportunidad.

-¿Y qué coño era esa gema que mencionó?

-Lo siento, fallaste.

El rubio apretó los puños, molesto por las burlas, pero al final se rindió.

-No entiendo nada...

-Ni tienes nada que entender. Hicimos una puesta, recuerda eso, y gané yo. Así que exijo mi pago, ¿entendido?

-Deja ya de molestarme con eso. –Al fin el cuñado del capitán se puso en pie para irse.- Solo dos cuestiones más.

-¿Primera?

-¿Por qué no nos dijiste nada?

-Quería darme el placer de matarlo. No tienes ni idea de lo agradable que es ver cómo se desangran, especialmente si les cortas la garganta. Es más placentero que beber agua teniendo sed.

Igrin hablaba con normalidad y hasta cierta emoción. Baryl reprimió las náuseas y un escalofrío.

-¿Segunda pregunta?

-¿Te dolió el ojo?

El rostro del semibestia se congeló en una sonrisa aparentemente tranquila.

-Sí.

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

Un par de hombres uniformados se acercaron hacia ellos. Darigan estaba hablando con su cliente mientras los empleados iban sacando los paquetes del barco. Un médico acababa de llegar para atender a Meuts.

-Buenos días, señores. –Los soldados saludaron, y los mercantes contestaron.- ¿Acaban de llegar a la ciudad?

-Sí, así es. –Darigan se puso serio.- ¿Hay algún problema?

-Nos llegaron hace poco noticias del Este. Al parecer había allí un nhyr salvaje que mató a un par de comerciantes cerca de Kath. ¿Vienen ustedes de allí?

-Lastimosamente, sí; así es. –El capitán palidecía por momentos

-El caso es que por allí no lo encuentran, lo que es extraño, y se teme que pueda haberse colado en algún barco. Han mandado mensajes a todos los puertos con los que tienen contacto, y de hecho algunas cuadrillas puede que partan en uno o dos días para continuar la cacería.

-Sagrada hacha de Issen... –El pelirrojo estaba muy nervioso y se pasaba las manos por el cabello constantemente.- Acompáñenme un momento, por favor –le dijo a los guardias, y luego se giró hacia el cliente.- Lamento este inconveniente, no tardaré.

-No se preocupe.

Subieron al barco. Los marineros seguían bajando cosas.

-Verán, señores –Darigan tragó saliva.- De hecho, creo que en mi barco está ése al que buscan.

Los dos guardias dieron un respingo.

-Pensaba ir a buscarlos pronto, pues lo descubrimos apenas anoche, pero el hecho es que hay un semibestia a bordo que se hizo pasar durante todo el viaje por un buen hombre. No pudo contenerse mucho y anoche intentó matar a un anciano y viejo amigo, pero logramos detenerlo a tiempo. Ahora está encerrado abajo, por si se lo quieren llevar.

-Bien, entonces...

-¡Capi...tán! –Baryl llegó corriendo desde abajo. Tenía varios arañazos, los más destacados en la mejilla y en el brazo. Un compañero lo ayudaba a mantenerse en pie.- ¡Se ha... ido! ¡Igrin se ha ido!

-¡Maldita sea!

-No se preocupe, lo buscaremos. Solo dénos la descripción del sujeto. –Se adelantó uno de los soldados.

-Bien. Tú, acompaña a mi cuñado a un lugar más tranquilo y luego ve y ayuda a buscar también. Yo me ocuparé de los señores.

El marinero asintió y se alejó, ayudando al maltrecho Baryl a caminar.

-Bien, ya está, puedes soltarme –gruñó el herido cuando ya estuvieron alejados del resto.

-Gracias por todo –respondió tranquilamente el otro, mientras desanudaba el pañuelo que se había puesto en la cabeza.

-Ahora lárgate o me retracto de lo que he hecho.

-Está bien, está bien. Lamento haber tenido que hacerte eso. –Señaló las heridas.

-Es lo de menos. Supongo que es tu forma de ser.

-No pienses eso. Aunque no lo creas, hablaba en serio cuando dije que éramos amigos.

Baryl miró a Igrin un momento, y éste sonrió.

-Hasta la vista, MedioPie.

-Ni se te ocurra volver, UnOjo.

El tuerto se marchó corriendo.

domingo, 3 de octubre de 2010

4

Mar en calma, viento a favor, sol radiante. Un pequeño grupo parloteaba en la cubierta, tomándose un descanso de sus tareas.

-¡Al fin! ¡Solo un día más! –Festejaba uno de los marineros jóvenes.

-Yo solo quiero llegar, que me den mi paga y volver... Extraño a mi mujer, no veas cómo -comentó otro.

-Pamplinas, idioteces. Las mujeres no traen nada bueno. -Meuts se mesó la rala barba que había comenzado a crecerle.- En su casa dan problemas y en los barcos traen desgracias.

-Viejo loco. -El más joven se rió.- Lo que a ti te pasa es que estás enfermo. Tu madre debió parirte de pie.

-¡A mí no me levantes la voz, mocoso de mierda! -El casado contempló, impávido, el golpe que le propinó el viejo al otro marino.- Aprende a usar la cabeza primero cuando vayas a decir algo.

-Tranquilizaos, muchachos, o me veré en la obligación de dejar a alguno encerrado abajo, y no nos gustaría eso, ¿verdad?

Darigan llegó acomodándose su sombrero sobre el rojizo cabello.

-Lo sentimos mucho, capitán -se disculparon los tres.- Son los nervios, ya sabe...

-Sí, lo sé. -El padre de Stella asintió de forma grave.- ¿Sigue sin avistarse nada?

-No lo sé, es UnOjo el que está vigilando ahora -explicó el joven.

-¡Os digo que no se ve nada, ni se verá! -respondió Igrin desde su puesto en lo alto del palo mayor.- Esa cosa no va a venir, sea lo que sea.

-Tú dedícate a vigilar, y la tarea de adivinar déjasela a los charlatanes de feria.

Todos rieron salvo el aludido, que se encogió de hombros y volvió a enfrascarse en su tarea. Baryl subió en ese momento desde el almacén.

-Está todo en orden, capi -le dijo a Darigan mientras se peinaba el cabello con los dedos.- De todos modos, bueno sería dejar a alguien esta noche vigilando. No querremos sorpresas para mañana.

-Estoy de acuerdo y me ofrezco voluntario. -Meuts dio un paso al frente.

-Me ahorraré los comentarios. -Todos se sorprendieron al ver junto a ellos a Igrin, que se estiraba con pereza. Luego señaló al joven.- A ti, Enano, te toca vigilar.

El joven asintió y presuroso ascendió hasta la cofa. Darigan volvió al timón, dejando a los demás en sus puestos, aunque al cabo del rato solo quedaron UnOjo y MedioPie, en silencio.

-Ey, esa pata de palo, ¿no te hace sentir nada extraño? -preguntó el primero a su amigo, señalando el apéndice de madera que usaba en la pierna.

-¿A qué te refieres?

-El monstruo. El posible gairako.

-Pues no. -Baryl rió ligeramente.- ¿Acaso debería?

-Debería. Todo lo que es alterado por el agua reacciona ante su presencia, ¿no lo sabías?

-Pues no, pero no me importa. Puede no ser un gairako, pero podría ser cualquier otra alimaña la que viniera. Hay que tener cuidado, es el hecho.

-Bah, no vendrá nada. De hecho, el viejo puede ser más peligroso que un ruido raro que haga el barco.

-¿Y qué podría tener un viejo misógino de peligroso? -El cojo se volvió a reír.- Creo que le temería más a un cangrejo que a él.

-Bien, entonces hagamos una apuesta. -El ojo verde del tuerto relució de forma extraña, al igual que su sonrisa.- Si pasa algo con el viejo antes de que lleguemos a puerto, me darás mi dinero cuando lleguemos y no nos volveremos a ver.

Debajo de la tela que le servía para parchear el ojo, Baryl notó un extraño destello azul, pero no duró lo suficiente para convencerlo. En cambio, sí le dio una idea.

-Si tengo razón yo, no recibirás nada ni te irás hasta que me muestres la cicatriz de tu ojo.

-Hecho.

Estrecharon las manos.

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

Pasos. No sabía si soñaba o estaba despierto. El brillo azul bajo el parche de Igrin, los rumores sobre el demonio de mar, la inminente llegada a puerto; tenía los nervios tan a flor de piel por tantos sucesos tan repentinos que le costaba conciliar el sueño. Y seguía oyendo pasos.

Se levantó con cuidado pensando que Igrin se ocuparía de lo que fuera ya que a él había pedido quedarse en cubierta esa noche, o quizá Meuts estaba dando un paseo desde la bodega, cansado de no hacer nada.

Sintió un fuerte dolor en la pierna de madera. Tuvo un presentimiento.

Cogió un candil, abandonó el camarote a todo correr y lo encendió. Subió la escalerilla hasta la cubierta. Vio a una bestia saltar desde el palo mayor sobre una masa informe que le recordó, en un primer momento, a una tortuga.

-¡Mierda puta! ¡Se ha despertado ese imbécil! -Gritó Igrin con voz gutural.

-¿Pero qué coño pasa aquí? -Baryl no salía de su estupor.- ¿Qué mierdas es esto?

-¡¡Maldito demonio!! -La masa gritaba, con la voz de Meuts, e intentaba atacar a esa cosa que hablaba como Igrin.- ¡¡Dámelas!! ¡Déjame ir!

Las lunas y las estrellas iluminaban el panorama. La lámpara era, de todos modos, un apoyo para ver mejor.

Su amigo, el de la apuesta, intentaba zafarse de las dos masas fusiformes en que se habían convertido los brazos del viejo Meuts. Apretaba la mandíbula, enseñando los dientes, y forcejeaba con los brazos para liberarse, pero no lo conseguía. Los ojos del viejo titilaban con un brillo amarillento, mientras que su lengua, ahora bífida, humedecía sus labios.

-Dámelas... Y te dejo ir. Somos parecidos, nos entendemos.

-Y una mierda parecidos. -Igrin devolvió el agarre a su oponente.- Tú eras una mierda de humano corriente. Ahora eres una mierda de demonio mediocre.

Sin salir de su asombro, sin mover un músculo, Baryl vio como los dedos del tuerto se enterraban en los tentáculos que lo apresaban, para luego desgarrarlos transformados en garras. Los dientes se transformaron en colmillos afilados, entre los cuales asomó la lengua. Parecía una bestia rabiosa.

-Y yo soy el demonio de mierda... Yo sigo una naturaleza, tú no eres nada.

-Yo la sigo a ella, que es más de lo que un ippai puede pedir.

Ippai era el término que usaban algunas personas para referirse a los espíritus malignos que se dedicaban a poseer personas, animales u objetos.

-Pero si tú no eres más que una mierda de Aether. ¿Qué vas a saber sobre criaturas reales?

-Jo... der...

Ambos se giraron de golpe hacia Baryl, reparando recién en ese momento en su presencia. El joven no sabía qué hacer, mientras en su cabeza la idea de que su amigo era una semibestia, una criatura despiadada con aspecto humanoide que se dedicaba a masacrar aldeas y caravanas, se iba asentando.

-¡Mátalo! -Gritó Meuts, lanzándose a por Baryl.- ¡Mátalo y llega hasta las nagas! ¡Malditos demonios de tierra!

-¡Son un par de humanas de mierda, no sirven para nada! -Igrin se lanzó hacia Meuts como un tigre, derribándolo en el suelo.

Baryl apenas retrocedió y se cubrió con los brazos, viéndolos caer a unos pasos de él. Meuts daba fuertes latigazos a Igrin, produciéndole quemaduras con la sustancia amarilla que exudaban sus extremidades. El otro no se amedrentaba, de todos modos, arañando y golpeando con fuerza salvaje, sin fijarse en nada más. Sus garras desgarraban piel y escamas por igual, mientras lamía la sangre que manaba de un corte en el labio y la que le salpicaba de su víctima. Ignoró el momento en que el espíritu abandonó el cuerpo y siguió golpeando despiadadamente, poseído.

-¡Está muerto, Igrin! ¡El viejo ya está muerto! -Le gritó Baryl.

-Está vivo... -La voz volvía a sonar normal, pero distinta. Ahora era tranquila, relajada, burlona. Era la voz que oyó Mirna antes de morir.

-Joder, tuerto, no hagas idioteces... -Retrocedió, asustado.

-Silencio. -Aún hablando no cambiaba, seguía golpeando. Atravesó el hombro derecho de Meuts varias veces con las garras, y luego el izquierdo. Su ropa era ahora de color rojo sangre.

-Igrin, por favor...

-¡¡Papá!!

El semibestia se detuvo. Su mano estaba a pocos centímetros de la garganta de Meuts. El charco de sangre llegaba hasta Baryl. Stella estaba de pie, junto a la puerta que llevaba a los camarotes, con la cara deformada por el horror.

El tío se giró hacia la niña, aterrado. Luego se giró hacia el tuerto. Fue el único en percibir el brillo azul que atravesaba la tela que servía como parche para el ojo ciego. Igrin gritó.

-¡Stella, vuelve abajo y dile a tu madre que suba! ¡Vosotros, coged a esa escoria y encadenadlo abajo, que no se mueva! Y tú, Baryl, vas a contarme qué ha pasado... cuando logremos curar al viejo.

La voz de Darigan era un eco sordo en los oídos de los dos amigos. Mientras los demás marineros recogían a Igrin y lo levantaban del suelo, los dos se miraron un momento.

-He ganado -le recordó el tuerto en un susurro.

-Has ganado -admitió el cojo de igual modo.