domingo, 28 de noviembre de 2010

12

Mediodía. El sol brillaba en lo alto de un cielo despejado, agradable a la vista, benigno con los viajeros. Tristemente a los presos ya les daba igual.

-Ya estamos llegando –anunció Dariel.

-Bien.

Los caballos arrastraban la carreta y tras la carreta era arrastrada la jaula de los presos. Eran como animales de feria, reses camino del matadero.

-Yo tengo que dejar a estos primero y después podremos ir a dejar la novela de Arti.

-Bien.

-Me tendrás que acompañar, de todos modos.

-¿Por qué?

-¿Sabrás manejarte por la ciudad tú solo?

-Sí.

-No importa. Arti me pidió que te cuidara.

Las calles estaban tranquilas. Aquí y allá había niños jugando, guardias haciendo su ronda, recaderos haciendo su trabajo. Nadie les prestaba atención.

Llegaron al cuartel. El soldado bajó del pescante.

-Voy a dar el aviso.

-Voy adelantando trabajo.

-¿Tanta prisa tienes por irte?

-Sí.


Dariel sonrió y entró al edificio. Igrin comenzó a soltar la cuerda que ataba la jaula con la carreta, y poco tardaron en salir un par de guardias a ayudarlo

-Ya puede irse, señor; nosotros nos encargamos del resto.

-¿Y la carreta?

-También pasa a nuestra custodia.

-...Voy a sacar mis cosas.

Realmente, dentro de la carreta lo único que tenía eran sus ropas viejas, una capa y el dinero. El resto pertenecía todo a Dariel.

-¡Eh! ¿Adónde con tanta prisa?

Quien justo se asomó en ese momento.

-Me voy.

-No, no, espera. Lo de Arti, ¿recuedas?

-¿Y a mí qué?

-Anda, hazme el favor de coger mis cosas y de ir adelantándote.

Igrin se dio la vuelta.

-Te lo pagaré.

Comenzó a andar.

-Seguro que te hace falta dinero para el viaje tan largo que tienes por delante.

Se detuvo.

-De paso, podremos hablar con calma.

-¿Hablar de qué?

Sentía la mirada de Dariel en su espalda. Fija. Quemaba.

Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. Seis…

-Del barco. Y del santuario de Narae.

Los presos y los ayudantes ya no estaban.

-Más te vale pagar bien.

Volvió a caminar.

-¡Nos vemos luego, Igrin!

lunes, 22 de noviembre de 2010

11

Anochecía. Se habían detenido un momento para comer algo y descansar. Calculaban poder llegar a su destino al amanecer

No habían encendido hoguera, aunque la noche era fresca. Se notaba –cada vez más- que cambiaba la estación.

Revisaban lo obtenido de los bandidos.

-No entiendo por qué el empeño en quedarte con sus cosas –preguntó Dariel.

-Quizá porque no tengo gran cosa ahora mismo, así que cualquier añadido es bueno –respondió Igrin.

Guardaron silencio y comieron. Tenían algunos frutos secos y empanadas frías, lo primero para los prisioneros, lo segundo para ellos.

-Es curioso. –Igrin miró a Dariel, que había empezado a hablar. Probablemente, un largo y aburrido monólogo.- Yo no soy de aquí, ¿sabes? Nací en el sur.

-Se nota… -Sí, monólogo.

-Cuando era niño, mi madre nos trajo a mi hermana y a mí. Las dos están casadas, una otra vez en el sur, la otra más al norte... y yo sigo aquí.

-¿Por qué me cuentas esto?

-¿Y por qué no? Intento tener un viaje agradable. Lo mínimo que puedes hacer, ya que te alimento y te llevo, es escucharme y ser amable.

-Sí, lo que sea. Yo voy a echar una cabezadita...

-Sí. ¿Por dónde iba...? Ah, sí. Arti. Ella sí es extranjera; de Karime. Teníamos dieciséis años cuando nos conocimos... Un par de chiquillos. Ella ya escribía entonces, y yo pintaba. Así no nos costó congeniar.

-Entonces sí te follas a Arti.

-¿Tú no estabas durmiendo?

-Alguien está haciendo ruido, pero hago lo que puedo por relajarme. ¿Y bien?

-Ni... ni de broma. ¿A mi hermana? Pffffffff...

-¿Arti es tu hermana?

-No, pero como si lo fuera.

-¿A qué viene tanta mariconada de “conocerse, congeniar” y todas esas... polladas?

-¡Es mi historia! ¡Cállate, escucha y deja que la gente lea!

-¿Eh?

-¡Seguro que a alguien le interesa!

-Pues cuéntame... No sé, cómo terminaste en la guardia o algo. ¿Pagan bien?

-Es un trabajo. Te toca.

-¿Qué?

-Que hables de ti. Tengo el derecho de la curiosidad... y de ver mi curiosidad respondida.

-Tienes derecho a una polla en vinagre.

Dariel rió. Igrin ni siquiera lo miraba.

-Qué pasa, ¿te persigue la ley y tienes que cubrirte las espaldas? ¿Tienes algún secreto vergonzoso que te dé pena contar? Por ejemplo, ¿cómo perdiste el ojo?

-...tengo amnesia. Y lo del ojo fue una mantícora.

-¿Y te curaste por arte de magia?

-Me curaron por arte de magia.

-Oh...

Crepitaban las llamas. Algún preso roncaba mientras los otros gruñían o hablaban en voz baja.

-Ahora tengo yo una duda.

-Dispara.

-¿Tienes alguna cualidad especial por la que puedas ocuparte de diez presos tú sólo? ¿Qué pasaría si yo no fuera contigo e intentaran escaparse o te atacaran?

-Ya lo averiguarás cuando lleguemos.

-Pues menuda mierda...

-Ya deja de quejarte y vete a dormir. Ya se me ha pasado el momento nostálgico. Haré la guardia.

-Vete tú. Con tanta cháchara se me ha quitado el sueño.

-¿Seguro?

-Seguro.

Dariel miró a Igrin un momento, no muy convencido. Aún así, terminó subiéndose a la carreta para acomodarse y dormir.

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De quince entradas que tiene el blog, doce son mías...

Igrin: Tenemos que hablar MUY seriamente de lo que has hecho con la cuarta pared ¬¬

Mital: ¿Qué pared? ó.o

domingo, 14 de noviembre de 2010

10

Y este es el de esta semana...

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Llantos, quejidos, algún ronquido casual, traqueteo y cascos de caballo. No se oía a los pájaros piar ni se oía el viento meciendo la hierba y los arbustos circundantes. Sí que se oía crujir lo que quedaba por debajo de las ruedas de la carreta.

La tranquilidad era extraña.

-Me alegro de que te quede bien –comentó su compañero, intentando romper el hielo.- Cuando me lo pidió, no imaginé que la cosa acabaría así.

-Ni idea. Cosa suya.

-Ya… Bueno, en fin. Me sorprende que seas más delgado que yo, y eso… ¿Seguro que comes bien?

-Sí.

-Ah, bueno… De todos modos, si quieres, cuando lleguemos al pueblo te llevo a casa de unas amigas y preparo algo. Dicen que soy un excelente cocinero.

-Me alegro.

-¿Qué te gusta más, las legumbres o la carne? Supongo que la carne, tienes más cara de eso… -Rió un momento, nervioso.- Sé preparar un pavo relleno que está para chuparse los dedos.

-Eso es desagradable.

-¿Qué?

Igrin lo estaba mirando con su ojo bueno. El otro, tapado por el improvisado parche, estaba también tapado por algunos cabellos que caían sobre su frente. El joven conductor de la carreta tragó saliva, nervioso.

-Esos comentarios, “para chuparse lo dedos”. Es desagradable, da asco. Existen las servilletas.

-Uy, vaya. Así que el amigo es un señorito.

-No.

-Entonces no actúes como si lo fueras. Eso sí es desagradable… da asco.

-Bien.

-Bien.

Se sumieron en su mutismo de nuevo. El conductor mantenía los ojos concentrados en lo que se acercaba; su acompañante, en el paisaje de alrededor. Los diez presos enjaulados que llevaban al otro pueblo se miraban entre ellos y a su ansiada libertad. Su mala suerte era no disponer de herramientas para abrir la jaula de hierro.

-Dariel.

-¿Qué?

-¿Solo tienes amigas, pero no te acuestas con ellas?

-¿Qué?

-Cocinar es… -Igrin meditó, buscando la palabra adecuada.- Cocinar es para raritos. Tú solo tienes amigas e intentas intimar conmigo.

-No.

-Menos mal. ¿Entonces?

-Tengo amigos y no me interesan las relaciones.

-Marica.

-No.

Otra vez en silencio. Dariel suspiró lentamente, controlando el aire que expulsaban sus pulmones, intentando aclararse. ¿Por qué había aceptado llevar a un desconocido con él?

Igrin olfateó el aire. El soldado lo miró.

-¿Qué pasa?

-Viene gente… Tres, creo.

El castaño fijó la vista en la lejanía. Dariel detuvo la carreta y esperó, desenvainando su espada.

-¿Ves esa nube de polvo de allí? Eso quiere decir que vienen a caballo.

-Hijos de puta.

-Dame.

Dariel sacó una daga que Igrin cogió sin dudar, y, tras unos segundos de otear, lanzó con seguridad. Un grito horrendo les llegó desde la lejanía, y pocos segundos después, tres caballos y dos de sus ocupantes se perfilaron correctamente en la vista de Dariel.

-Uno para ti y uno para mí,

-Lo que caiga es mío.

-Salvo una daga. Me la debes.

-Tuya será.

Bajaron del pescante con las armas a mano, listos para recibir a los bandoleros.

Por eso lo había aceptado, recordó el soldado. Porque no era humano

9

Este tocaba la semana pasada (...)

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-Ven aquí.

-¿Para qué?

-Porque sí; vamos.

-Ahora no; estoy ocupada.

-Mentira.

-Es cierto. Déjame en paz.

Nada que hacer. Insistir no valía la pena cuando ella se ponía así y, por lástima, era la mayor parte de las veces. En fin, tampoco es que sintiera tanta urgencia, pues sus deseos ya se habían visto satisfechos, aunque no entendía las respuestas a sus incógnitas.

Arti tenía la extraña costumbre (y aparente necesidad) de realizar montones de acciones inútiles durante sus encuentros sexuales: caricias, besos, palabras… muchos detalles aparentemente sin sentido que terminaron haciéndose comunes y casi necesarios. Igrin nunca los pedía (jamás se rebajaría a eso), pero los disfrutaba enormemente, y aprendió a responderle a ella de una forma similar para mantenerla contenta. En definitiva, conseguían entenderse.

-¿Qué escribes ahora?

-Mi novela.

-¿La mía?

-Esa no la escribo estando tú despierto, o verías donde la guardo.

-¿Y qué problema habría?

-Da mala suerte.

-Bah.

Después de la primera noche Arti se había puesto a escribir como loca, como si le fuera la vida en ello. En apenas un par de días en los que su amante se había ocupado de la casa y de ella como si fuera su padre había avanzado mucho con su novela, había empezado una nueva y se pasaba el tiempo muerto apuntando ideas que no quería olvidar. Estaba totalmente desquiciada, pero contenta. Él no entendía eso.

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

-Hoy va a llover.

-¿Cómo lo sabes?

-Ni idea, pero va a llover.

Arti se incorporó un poco, cubriéndose con la raída manta. Miró hacia la puerta trasera, por donde Igrin estaba asomado. El cabello le había crecido en el último tiempo, y una rala barba cubría su rostro. Su espalda desnuda se mostraba ligeramente corvada, y Arti supo que la esperaba una desagradable noticia.

-Me voy.

-¿Adónde?

-A mi casa.

-¿Cuándo?

-Cuando me vista.

La rubia se levantó y, bajando las escaleras de la buhardilla, comenzó a subir sin molestarse en coger su ropa. Bajó al cabo de unos minutos y comprobó que Igrin no se había movido del sitio.

-¿Podrás hacerme un favor?

-¿Qué? –Al fin el chico se giró.

-¿Podrías llevarle esto a un amigo? Es… el manuscrito de mi última novela.

-Sí que tienes cojones para pedirme eso.

-Estará en la puerta Este de la ciudad, en la garita de los guardias. A cambio, pídele que te lleve.

-Y encima pasa de mí, la muy puta.

-Ahora vete.

Igrin gruñó, pero se vistió en silencio, con ropas nuevas que la chica había conseguido para él en algún sitio.

-Háblame de la novela.

-No.

-Salgo en ella, tengo derecho a saberlo.

-Es posible.

Nuevo silencio. Igrin recogió su capa, se calzó las botas y se levantó para atrapar al vuelo el rollo que justo en ese momento Arti le lanzó.


-Te diré una sola cosa –La mujer cruzó los brazos delante del pecho:- se va a llamar “El Último Suspiro”.

-¿Por qué?

-Eso te lo imaginarás por tu cuenta.

Igrin salió de la casa sin volver a dirigirle la palabra. Arti se dio la vuelta en cuanto la puerta se abrió y comenzó a buscar su propia ropa. Las palabras de despedida no se ajustaban a su carácter.

Una hora más tarde llovía a cántaros en la ciudad.

lunes, 1 de noviembre de 2010

8

Quinto día juntos. Todo había transcurrido con normalidad entre los dos, sin grandes novedades salvo dos o tres minucias.

No tuvieron su conversación sobre el sexo con su acostumbrada pregunta. Arti no volvió a señalar sus escritos como su fuente de placer.

Mientras el castaño esperaba en la parte baja de la casa procurando ordenar un poco (tarea aburrida dadas las escasas pertenencias de la dueña), la rubia se atusaba un poco más el cabello. Las pocas gallinas que había en la casa picoteaban alegremente por el patio, cacareando de cuando en cuando. El sol lucía radiante aquella mañana.

-No entiendo tu empeño -recriminó Igrin, resignado a evitar que los animales entraran en la casa.

-¿Qué empeño? ¿He hecho algo malo? Creo que eres un quejica. -Replicó Arti.

-Que no tienes cabeza, idiota. Yo no debería salir así como así a la calle. Aún deben estar buscándome.

-Eso te pasa por ser ladrón, mentecato.

-Ya empezamos...

-¿Cómo que empezamos? Tengo razón: si no fueras un estúpido ladrón no tendría que cobijarte en mi casa ni yo que aguantar tus caprichitos.

-Te expondré los hechos por partes: uno, yo no soy ningún ladrón; dos, aunque lo fuera, nunca sería tan torpe y prueba de ello es que no me hayan encontrado aunque siga en la ciudad; tercero, no me has denunciado porque tú también saldrías perdiendo. Y te lo advierto: no vuelvas a llamarme estúpido.

El único ojo visible de Igrin parecía mostrar una peligrosa ira contenida, acompañada de una mandíbula tiesa de tanto apretar los dientes. Desde la falsa buhardilla ella lo observó y sonrió con picardía. Él se giró hacia ella y atrapó al vuelo el peine de madera que la chica le arrojó. Gruñó secamente mientras estiraba las mangas raídas de su vieja camisa.

-¿Y ahora?

-Espera un momento, agonías.

La observó bajar, lenta y torpemente debido a la larga falda que llevaba puesta, vislumbrando de cuando en cuando retazos de la piel morena de sus piernas. Suspiró pesadamente mientras pensaba, para sus adentros, que aquella mujer era bastante bonita a pesar de todo.

-Venga, vámonos.

-¿Y porqué tengo que ir yo?

-Porque nunca sales conmigo y tengo que estudiarte.

-Estás loca.

-Gracias, lo sé.

Salieron de la casa.

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

La plaza estaba a rebosar de gente, toda muy variopinta: hombres, mujeres, niños correteando, ancianos, algunos guardias, los comerciantes, un grupo de malabaristas y un juglar en una zona apartada y rodeado por una multitud, cantando las hazañas de un héroe local. Los distintos puestos y tenderetes del día de mercado estaban colocados en corro y las personas aglomeradas a su alrededor bloqueaban más el paso que las mercancías en sí. El bullicio reinante era ensordecedor para cualquiera que no estuviera ya acostumbrado.

Ese era el caso de Igrin.

Con Arti colgada de su brazo, arrastrándolo de un lado a otro mientras iba gastando dinero y llenando la cesta donde llevaban sus compras, recorría Igrin la plaza. Todo aquel ambiente, aquella jovialidad, chocaba mucho con su forma de ser, pero esperaba pasar la prueba de la chica para obtener su premio final. Pretendía ignorar las miradas que ella le dirigía "disimuladamente" para dedicarse a vigilar que nadie los asaltara aprovechando el barullo, pero no podía.

Tenía un mal presentimiento.

-A ver, tenemos zanahorias, pimientos, puerro, cereales... ¿Qué opinas de comprar un cochinillo? Creo que con el dinero que tengo me llega para pagarlo, y luego no sería tan difícil alimentarlo...

-El pescado es más barato.

-Bueno, si quieres compramos, pero entonces tendríamos que comprar algo más para poder prepararlo, ¿sabes? Pero en fin, si a ti te apetece...

Con un poco de torpeza se abrieron paso hacia la lonja, cercana al puerto, para poder comprar los productos marinos que deseaban. La calle que seguían estaba casi tan abarrotada como la plaza, y según avanzaban comenzaron a oír algunos gritos y voces estridentes. El sexto sentido de Igrin se disparó.

-Ten cuidado, Ar...

-¡Al ladrón! ¡Ha apuñalado a un hombre!

-¡Se ha llevado mis compras!

-¡Mi collar!

Ellos se habían detenido y las voces sonaban cada vez más cerca. De pronto, alguien empujó a Arti, derribándola en el suelo. Las verduras volaron por los aires antes de caer desparramadas por el suelo.

-¡Arti!

-¡Mi dinero! ¡Todo mi dinero! -Arti miró a su alrededor mientras se incorporaba.- ¡Se lo han llevado!

Igrin se puso en pie de un salto, ignorándola completamente. Olisqueó el aire un momento antes de echar a correr.

-¡Pero qué haces, idiota! ¡No me dejes aquí tirada!

Igrin ya estaba lejos.

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

-Lo alcancé casi a la salida de la plaza. El hijo de puta corría como si le hubieran metido un ají por...

-Sí, no hace falta que seas tan explícito. Sigue.

-Lo tuve que tirar al suelo de golpe, no me di cuenta de que le había dislocado el hombro, pero tampoco creo que me lo vayan a tener en cuenta, ¿no? No sé qué era el tipo ese, pero no tenía cara de humano, y encima iba cargado con un montón de cosas... En fin, le rompí el brazo en el que llevaba la daga esa, se la quité y recuperé tu dinero.

-¿Y por qué tuviste que dejarme tirada para ir tras él?

-No lo hubiera alcanzado si no.

-Fuiste un desconsiderado.

-Y quería pescado.

-Eres terrible.

-Gracias, lo sé.

Cogió el plato de sopa de pescado que Arti le tendía y la probó. La chica, mientras, se servía a sí misma.

-¿Por qué no me acompañaste luego a comprar el pescado?

-Estaba cansado.

-Eres un caso.

-Gracias, ya lo...

Bofetada. La mano de la rubia se estrelló con fuerza contra su cara y él la miró con rabia mientras apretaba con fuerza su muñeca.

-¿Quién te has creído que eres?

-La que te está dando de comer.

Igrin imprimió más fuerza en su agarre, pero ella se esforzó en mantenerse impasible.

-Te lo merecías.


-Vas a ver lo que te mereces tú.

La acercó más hacia sí, forzando un beso. Ella arrojó sin querer su cuenco de sopa para abrazarlo mientras respondía.

-¿Aprobé?

-Sí. Calla.