domingo, 26 de diciembre de 2010

Interludio I -15b-

Erie se sentó a los pies de la cama. Igrin la miró con gesto hosco y se llevó la mano al vendaje que cubría su hombro.

-¿Cuál es vuestro jodido problema? –Preguntó, sin haber en su voz ni rastro de enfado.

-Vengo a pedirte disculpas en mi nombre y en el de Mithrael –respondió ella.- Hay cosas sobre ti que necesitamos saber.

Igrin guardó silencio, pensativo. Reprimió un escalofrío.

-¿El qué?

-Todo. Cómo conseguiste a Angren, como lo has mantenido, cómo llegaste, como piensas volver, de dónde vienes y adónde vas.

-¿Quieres empezar por el final? Qué mujer más rara.

Erie sonrió con cansancio y suspiró. Luego juntó las manos sobre su regazo y lo miró, expectante.

Igrin guardó silencio otra vez, apartando la vista. Tenía vagos recuerdos de una conversación parecida, pero no estaba seguro de ello, como tampoco lo estaba de querer comprobarlo. Decidió hacer un intento, de todos modos.

-¿Sabes quién me envía?

-¡Claro! Y Mithrael también. –Igrin esperó a que ella continuara.- Tú estás con… bueno, tiene muchos nombres. Hay quien la llama Quang, Mit la conoció como Xie-Lan, y para ti es Ishnaia.

-Solo Ishnaia. Nada más. –Igrin cerró el ojo.

-¿Y bien?

-¿Qué soy?

-Un aether, un híbrido… Semibestia artificial. Y, además, mal hecho.

-Gracias.

-Lo lamento.

Guardaron silencio otra vez. Mitsedraefel tosió.

-Sé que estoy mal hecho. Pero ella decidió mantenerme y usarme, a pesar de todo... Ella me ha dado una nueva oportunidad. Le pertenezco. Sus órdenes son lo que me mantiene con vida. Y la suya... Tengo que dejar Angren en sus manos. Lo necesita. Y si ella vive, yo vivo.

-¿Y lo haces sólo por serle fiel?

-No lo sé.

-¿Hasta dónde tienes que ir?.

-Hay un límite a lo que puedo decir partiendo de que ya la conocéis.

-También hay un límite a lo que no puedes decir.

-¿Qué?

-No te preocupes por eso ahora. ¿Quieres contarme el principio de tu viaje?

-¿Para qué?

-¿Y por qué no? Hablar es bueno.

-Soñar no hace daño a nadie.

-Esta mañana ya nos contaste que habías matado a tu hermano.

-No lo recuerdo... ¿Por qué?

-Te quitamos a Angren mientras dormías... Mithrael lo hizo.

-¿Tantas ganas tenéis de verme muerto?

-Ella sí.

-¿Y tú?

-No puedo.

-¿Por qué?

-Por el mismo motivo por el que no te cuesta hablar conmigo y, sin embargo, no serías capaz de hacerlo tranquilamente con Mithrael.

-Nos conocíamos, ¿verdad? En mi otra vida. Antes de estar muerto.

-Sí.

-Entonces, si no me odias, hazme el favor de mantener a esa zorra alejada de mí. Si vuelve a quitarme a Angren, si llego a fallar mi misión... Si sale algo mal, ella me...

Erie se acercó más a Igrin y lo abrazó, intentando tranquilizarlo. La sorpresa lo dejó paralizado. Pero había otra cosa... Al que no era capaz de reconocer.

-Hay algo más.

-¿Qué es?

-Gracias a Angren no soy tuerto.

-¿Cómo?

-Puedo ver. Esa segunda alma que tienes, por ejemplo.

Se separaron. Ella lo miró extrañada, casi asustada. Él no se movió.

-No es...

-¿No..?

-No es un alma.

Erie se levantó y se apresuró hacia la puerta.

-Puedes ir a cualquier parte de la casa que quieras, excepto al exterior. La propia casa no te dejará salir.

-Eso quiere decir...

-Eso no quiere decir nada. Estás entre enemigos, pero eventualmente te dejaremos ir. Tú mismo sabes que, desde que pusiste esa cosa en lugar de tu ojo, perdiste. ¿Verdad?

Igrin se quedó sólo en el cuarto.

Interludio I -15a-

Tranquilidad. Silencio arrullado por el trino de algunos pájaros. Suavidad. Comodidad. Lo único que percibía, aunque de forma muy lejana, eran crujidos de madera. Su atención estaba situada en un punto más lejano, más distante, no presente en el mundo físico que lo rodeaba. Lo más cercano era la suavidad de las mantas, la comodidad de un colchón de verdad bajo su espalda.

-Duerme como un gato...

-Dejémoslo. Lo necesita.

-Lo entiendo, pero... Ojalá las cosas fueran diferentes.

-Creo que eso es lo único en que estamos de acuerdo.

-A pesar de que tú quieras protegerlo.

-No puedo evitarlo.

-...Será mejor dejarlo dormir de una vez.

-¿Ves? En el fondo tú también te preocupas.

-¿A qué viene eso? ¡Que yo soy una persona muy decente!

-Baja la voz, que necesita dormir.

-De hecho...

Igrin fue abriendo lentamente los ojos, acostumbrándose a la luz. El techo de madera sobre su cabeza lo desconcertó un momento mientras hacía memoria. Estaba en una cama de verdad, en una casa, la de alguien… Tenía unas ropas extrañas puestas, no eran las suyas y… alguien lo observaba.

Se puso en pie de un salto, con una mano por delante y la otra por detrás, listo para atacar con unas, en ese momento, ficticias garras. Estaba con dos mujeres.

-¡Atrás! –Gritó, alarmado.- ¡Alejaos!

-Ya, ya. Tranquilo. –Una de las mujeres se aproximó, sonriente. Tenía el cabello largo de color castaño.- Sé que Mit puede ser un poco… desconcertante, al principio, pero no tienes que ponerte nervioso. Estás a salvo.

-Ya salió la bondadosa Mits… -se burló la otra, mientras sujetaba su barriga de embarazada con una mano y apartaba algunos mechones azules de su cara con la otra.

-No me llames así.

-Vale, vale.

La morena era “Erie”, recordó Igrin. Y la peliazul era Mithrael. Ambas vivían en aquella casa, a la que había llegado la madrugada anterior. Había seguido el camino, había visto la luz a un lado del camino, y al cruzar el umbral…

-Te pegamos con un jarrón en la cabeza –cortó Mithrael su pensamiento.- ¡Habría sido divertido! Pero yo no estoy para esos trotes.

-Y no está bien. –Erie sonrió, cansada.- Me limité a usar un hechizo de sueño.

-Dadme… dadme mis cosas –demandó el hombre, sintiéndose un tanto inseguro.

-No, eso ahora no –se adelantó Mithrael.- Mejor ve al cuarto de al lado, que yo voy a buscar la navaja. Te hace falta un buen afeitado.

-Me resulta tan raro verlo con barba…

-Eso es porque no estás acostumbrada a los humanos, Mits. Para ti todo son dragones y magos.

-Cierto. Aunque, últimamente...

Igrin se sentía paralizado por la impresión. Tenía la sensación de haberse quitado un gran peso de encima, pero, a la vez, de haber perdido algo importante… Era como si estuviera medio vacío.

Sin él ser capaz de percibirlo, fue conducido a otra habitación y sentado en una silla, cerca de un barreño de agua y con un largo paño cerca con el que cubrieron su nueva camisa.

-Levanta la cabeza. A ver, esa espuma...

Erie observaba desde el dintel de la puerta.

-Bueno. Háblanos de ti, Igrin. ¿Cómo has llegado hasta aquí?

-Caminando... y en barco.

-Oh, ¿en barco? ¿Entonces vienes de Karime?

-Karime... Sí. Al norte. En el templo de Narae la Serena. Athinius...

-¿Por qué fuiste a Karime?

-Ella me dijo que fuera.

-¿Y qué hiciste?

-Maté a mi hermano.

-¿Por qué?

-Porque él me iba a matar a mí. No quería que me fuera. No me dejaba. Que no podía hacerlo, decía. Que no debía. Que era una trampa, un engaño, un sinsentido. Que no, que no y que no. No me dejaba irme. Y tampoco me lo quería dar. Por mucho que yo insistiera, no soltaba...

¿Dónde estaba Angren?

Igrin saltó. Mithrael dejó caer la cuchilla con la que lo estaba afeitándolo y se apartó para esquivarlo. El chico calló al suelo y la miró, enseñando los dientes, apoyado sobre las cuatro extremidades y con la espalda arqueada. El cabello de su nuca se veía erizado.

-Mit…

-Tranquila, se calmará si no me muevo. Debe ser un hechizo de defensa para ella, y si no es el hechizo…

-…Es que es parte de su naturaleza. Me imagino. ¿Y qué hacemos?

-Esperar un tiempo.

Se oyó un portazo a lo lejos. Ambas mujeres abrieron desmesuradamente los ojos.

-¡Ya estoy en casa!

-¡Heralc!

Igrin salió de la habitación y corrió hacia la puerta. Las dos mujeres lo siguieron corriendo, hasta que en la entrada lo encontraron tirado con una saeta atravesando su hombro derecho, y al agresor con el arma en la mano.

-Pero cariño… ¿Cuántas veces te he dicho que tengas cuidado? La sangre se quita muy mal.

-Gracias pro la preocupación. Dejáis a vuestro experimento suelto, casi me mata... Y la limpieza es lo primero.

-Pues claro.

-¿Por qué no va alguno a por una venda? –Erie se acercó a Igrin, que estaba como atontado.- Luego yo me encargaré de arreglar como pueda la camisa, sería una pena que se arruinara estando nueva.

Heralc fue el que se marchó. Mithrael se agachó como pudo junto a Erie e Igrin. De su bolsillo sacó algo envuelto en un paño blanco.

-¿Estás segura de eso?

-Si vas a tratarlo, lo mejor es que lo tenga... Y tú no puedes ponérselo.

Mithrael sacó la gema azul del paño, que brillaba en su mano, y con cuidado la colocó en el hueco abierto que Igrin tenía en vez de ojo.

-Iré a buscar algo para limpiar.

-Yo intentaré llevarlo a su cuarto.

La peliazul se marchó.

domingo, 12 de diciembre de 2010

14

Igrin se arrebujó en su capa, tiritando, castañeteando sus dientes. Durante el día, el sol brillaba más. Por la noche, sin embargo seguía haciendo un frío de mil demonios. Por lo menos, pensó, la herida ya no sangraba.

Dariel era un grandísimo hijo de puta. Haberlo sabido todo desde el principio y hacerse el idiota. ¡Así las cosas no tenían gracia! Como estar escondido entre las chimeneas de los tejados, y todo era culpa de aquella estúpida niña. ¿Cómo se llamaba…?

Se asomó un momento, con cuidado. No había nada. O casi nada, que no es lo mismo, pero es igual.

Todo era tan misteriosamente tranquilo y silencioso, salvo por el tipo que caminaba envuelto en una capa, medio cojeando, casi corriendo…

-¿Dariel?

-¡Igrin! –El tipo respondió en un susurro.- ¿Dónde estás?

-A ti te lo voy a decir.

-Joder, ¡me duele la pierna! Ya que te haces notar, al menos que podamos hablar como personas civilizadas. No vengo aquí a pelear ni estoy en condiciones para ello.

-¿Y?

-Al menos podrías haberte fiado un poco de mí…

Bajó de un salto. Sin darle tiempo de reaccionar, cogió a Dariel por la espalda, rodeándolo con un brazo para impedirle moverse y amenazando su cuello con una daga con el otro.

-¿Qué quieres?

-Explicarte…

-Joder, ¿ya empiezas con el mariconeo?

-No es eso… Yo me propuse no entregarte porque eres amigo de Arti, pero por otra parte está mi deber como guardia. Tengo un puesto que cuidar, y una imagen y eso. Ya me entiendes.

-¿Solo vienes a hacerme perder el tiempo?

El tuerto miró a su alrededor. Las calles, a esa altura, estaban sumidas en la más impenetrable oscuridad.

-Vengo a terminar de darte las instrucciones. Si no te hubieran visto, nos hubiésemos encontrado en ese callejón en vez de pelear… Pero bueno, si no te interesa, me voy.

-Dariel…

-No, no me preguntes, Igrin. Por más que insistas ahora que ha saltado tu curiosidad, no pienso decirte nada.

-Dariel…

-¡De verdad! ¡No seas violento, por favor! ¡No puedo decirte nada, por mucho que quiera, porque debo respetar tus deseos, ya que igual tienes algo de humano…!

La daga se pegó más a la carne.

-¿Te callas de una puta vez?

-Ehem, bien, bien… –El guardia reprimió una risita.- Tus cosas están en casa de una de mis amigas, la misma que me ha ayudado a seguir caminando, si me apuras, y a seguir teniendo posibilidades de ser padre.

-Cabrón con suerte. Y yo aquí, con dolor de estómago.

-...Para llegar hasta su casa tiene que seguir la calle principal hacia la salida Oeste de la ciudad. Es la única casa en varias millas, así que no tiene pérdida. Podrás quedarte allí durante algunos días, hasta que las búsquedas se alejen un poco. Yo tendré que quedarme en el cuartel mientras me “recupero”.

-Y ahora te hago dos preguntas más: ¿asumo que tu “amiga” es hechicera? No hay otra forma de curar semejante corte. Y segundo, ¿a qué viene tanta amabilidad? No me creo que sea solo cosa de Arti.

-Sí, es hechicera. De hecho, este es el barrio de los magos; aquí se juntan todos los hechiceros, con sus escuelas y sus cosas… -Dariel inspiró profundamente y luego espiró.- Lo otro es porque me caes bien. No realmente bien, pero al menos me he entretenido, a pesar de haber quedado un poco maltrecho.

Igrin guardó silencio. Oteó nuevamente a su alrededor antes de alejarse de soltar a Dariel, pero sin guardar su arma.

-A mí no me has caído nada bien, y estoy dudando si matarte o no. Supongo que no lo haré, porque quiero leer un libro… pero solo si te das prisa y te largas, y no te vuelvo a ver en lo que me quede de vida.

Dariel asintió con la cabeza levemente.

-Y, si ves a aquel marinero, dile que… el color azul es una mierda. Y que se busque una chiquilla, o un chiquillo, o lo que quiera.

-¿Algo más que quiera el señorito?

-Que cierres la puta boca si sólo vas a decir gilipolleces. Pero primero dime cómo se llamaba la niña esa.

-¿Quién?

-La mujerzuela por la que me buscan. La puta esa.

-Mirna aep Nirren.

-Qué gracia. Ahora que lo pienso, ella nunca me dijo su apellido.

martes, 7 de diciembre de 2010

13

-¿Qué es lo que tienes en el ojo?

-Nada, por eso soy tuerto.

-¿Te lo arrancaron?

-Sí, por eso soy tuerto.

-Pero aquel tipo dijo que tu ojo brillaba…

-Soy tuerto.

-Brillaba con una luz azul, como un hechizo de algún tipo.

-Ya te he dicho que soy tuerto.

-Lo has dicho cuatro veces. Me he enterado.

-¡Eh, jefe! ¡Las tablas ya están hechas! ¿Qué título hay que ponerle a este?

-Espera un momento, ya vengo.

Igrin se cruzó de brazos y tiró del cuello de su capa, intentando taparse más de lo que ya estaba. Era imposible, de todos modos.

Dariel se fue al otro cuarto, donde los trabajadores preparaban la imprenta para hacer las distintas copias de su libro. El tuerto lo miró un segundo, con los dientes apretados. Maldito Dariel con su maldito juego de hacerse el maldito inocente. Necesitaba averiguar qué sabía exactamente. No podía marcharse dejando cabos sueltos que luego podrían atarlo a él.

Y ahora le tocaba esperar.

-¿Qué título tendrá?

-Pues… Carnaval Negro, creo…

-¿Cree? Rayos, cada vez es más irresponsable, jefe…

-Ya sabes que estas cosas no puedo llevarlas apuntadas. Si alguien se enterara...

-Ah… Bueno, está bien. ¿Carnaval Negro, pues?

-Sí. Con el pseudónimo de siempre.

-¿Lo qué?

-La firma. El nombre.

-Ah. Sí, sí. Lo siento, es que su amigo me distrae. Me pone los tiempos… ¡Los pelos! ¡Me pone los pelos de punta!

-Relájate.

-Sí, jefe.

Golpearon la puerta. Toc, toc, toc. Igrin se puso en pie y Dariel acudió.

-Vete a la trastienda. Diles que vas de mi parte.

-Y una mierda.

-Que te vayas.

-¿Y adónde?

-Tres calles más abajo y luego hacia el oeste.

-Gracias. Esto es lo que necesitaba saber.

-No tienes ni idea. Largo.

Igrin se fue. Dariel abrió la puerta.

-Hestin, ¿qué haces aquí?

-Investigo.

-Ah, ¿también oíste lo del semibestia?

-En Ahkdur aún lo buscan, igual que en Kath, o, más bien, por todo Ryu. E incluso en Karime.

-La puta…

-Eso digo yo. Pero no he encontrado nada por aquí.

-¡Jefe, se escapa!

-¿Qué? –Dariel y el otro guardia se giraron hacia el chico más joven que se acercaba desde una callejuela.

-Lo he visto corriendo hacia la plaza de magos, va cubierto con una capa azul.

-¿Azul? Hijo de puta… ¡Cambió de color!

-Déjamelo a mí, Hestin. –Dariel desenvainó su espada.- Y haz el favor de llevarle mis cosas a doña Erie, por si no me da tiempo hoy.

-Como quieras, pero no la cagues.

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

Igrin siguió corriendo, asombrado por la resistencia y la rapidez de sus perseguidores. De todas las callejuelas circundantes salían más, como si fueran hormigas, eternos, inacabables. Y lo fácil que sería matarlos a todos… Pero era una pérdida de tiempo innecesaria.

-¡Quitaos de en medio! ¡Apartaos! ¡Es mío!

Encima, ahora los imbéciles se lo repartían. Qué ilusión.

-¡Detente! ¡Ven aquí si te atreves!

Y hacían alarde de sus tácticas militares… ¡Qué función!

-¡Ven aquí YA!

Igrin se detuvo. Dariel estaba al otro lado del callejón. Su público eran un montón de guardias con alabardas dispuestas.

-Podemos tener un duelo si quieres, aunque vas a perder de todos modos.

-¿En serio? Diablos, yo también quiero tus poderes de adivino.

Cargaron el uno contra el otro. Dariel sostuvo su espada contra la cimitarra que Igrin había obtenido de los bandidos. Ninguno cedía, pero no se esforzaban especialmente. Ambos sonrieron.

-Qué divertido.

-Y tanto.

Se separaron un paso, Dariel se agachó y, en un giro, rasgó el aire. Igrin saltó, y la hoja que lo acechaba subió tras él. Sus pies sangraron.

-Tres filos.

-¿No es una preciosidad?

-No sabía que teníais permitido usar espadas hechizadas.

-Es que yo soy especial.

El semibestia reculó, calculando los pasos que lo separaban de la pared, pero su rival no se acercó. Al fin, Igrin sacó su daga y la lanzó contra su oponente, pero Dariel lo esquivó y con un corte vertical rajó su vientre. No era más que una herida superficial, peroIgrin gruñó.

-¿Te rindes?

-Y una mierda.

Dariel se lanzó con la espada por delante, una estocada. El tuerto esquivó el arma, pero el brazo del guardia aferró su camisa y lo alzó unos centímetros del aire. Igrin inspiró, y le clavó la rodilla en la entrepierna. El moreno se encogió de dolor, mientras una serie de patadas del recién liberado lo azotaban por doquier. Al final, Igrin recogió la espada que había quedado en el suelo y se la clavó en el muslo. Dariel gritó de dolor.

-Te van a matar…

-Que lo intenten. Yo te mataría a ti si tuviera tiempo.

Los soldados arremetieron. Igrin desclavó la espada y degolló con ella a los que más se aproximaron antes de clavarla en el suelo y usarla como apoyo para saltar sobre el tejado más cercano, huyendo.